«J.R.R. Tolkien y el Cardenal Newman. Hijos de la misma luz»
Tercer Premio Ælfwine 2007 de la Sociedad Tolkien Española.

Nunca pequé contra la luz.
John Henry Newman. Apologia Pro Vita Sua

– La luz blanca puede quebrarse.
– Y entonces ya no es blanca. Y aquel que quiebra algo para averiguar qué es, ha abandonado el camino de la sabiduría.
J.R.R. Tolkien. La Comunidad del Anillo.

Una aproximación a la herencia intelectual y
a la convergencia esencial de John Henry Newman y J.R.R. Tolkien.

1.- Declaración de Intenciones

Las figuras de J.R.R. Tolkien (1892-1973) y John Henry Newman (1801-1890) poseen diversos puntos en común tanto en el terreno vital como en el intelectual. Newman, quien sin duda es una de la figuras más relevantes del pensamiento católico en su tiempo y cuyos planteamientos resultan, en muchos casos, absolutamente contemporáneos, es un referente tanto para los católicos ingleses como para los del resto del mundo, entre otros méritos, por sus aportaciones en asuntos de trasfondo teológico y doctrinal.

Como otros autores británicos católicos, Tolkien tiene una deuda con el pensamiento y las ideas de Newman que, debido a sus circunstancias biográficas, seguramente a él le fueron trasmitidas de forma muy directa. No obstante, antes de iniciar el análisis de sus coincidencias y el nivel de influencia del uno en el otro, debe quedar muy claro que en este trabajo el lector no va a encontrar una reivindicación de Tolkien como figura propagadora del credo católico, tal y como ciertas corrientes de estudiosos tratan de reivindicar en los último tiempos.

Es innegable que para Tolkien la religión fue uno de los elementos sobre los que se cimentó su vida y seguramente fue el que definió de forma más destacada su personalidad. Tanto su biografía como su pensamiento o su obra vienen marcadas por sus creencias y su forma de sentirlas y vivirlas, sin embargo, esto no nos debe llevar a plantear lo que ni él mismo se planteó y que, de hecho, rechazó explícitamente, es decir, que se trate de un autor cuya obra no es sino un pretexto para trasmitir un mensaje apostólico.

Por el contrario, el principio que seguiremos aquí será el de interpretar a Tolkien según Tolkien, algo que pese a lo lógico que debería resultar, muchas veces se pasa por alto. El hecho es que nos encontramos ante un autor que ha expresado claramente en diversas obras de ensayo cuales fueron sus planteamientos y los detonantes de su obra, por lo que no tiene sentido corregirle en cuestiones de este tipo.

Así pues, el lector de este ensayo no encontrará argumentos fundamentados en que Tolkien utilizó en sus obras la alegoría, y que de ningún modo, el anillo único forjado para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas sea una alegoría del Pecado Original. Tampoco se considerarán como significativos hechos tales como que el 25 de Marzo[1] fuera en la Edad Media considerado como el día de la crucifixión de Jesucristo y que ahora se celebré en dicha fecha el día de la Anunciación [2] (lo que implica en ambos casos que se trate de una fecha clave para la redención de la humanidad según la fe católica) ya que esto indicaría una (demostrablemente falsa) predisposición de Tolkien a la hora de plantear un mensaje oculto en su obra.

Igualmente los papeles de Frodo, Gandalf o Aragorn, en tanto que presuntas representaciones camufladas de Jesucristo (en su rol de doliente en su vía crucis, de aquel que resucita de entre los muertos o de Cristo-Rey) o las de Galadriel o Elbereth como imágenes de la Virgen María, no pasarán de considerarse como una interpretación rebuscada del desarrollo argumental de El Señor de los Anillos.

Por el contrario, el punto de partida será diferente y estará muy relacionado con lo que señala el profesor Jose Miguel Odero: En Tolkien «el elemento cristiano se introduce en su literatura no por referencia nominal sino a través de la adquisición de un talante, una visión o un espíritu que ayuda a mirar la realidad concreta en que se vive bajo el prisma cristiano [3] ».

Esto es descrito muy claramente por él propio Tolkien en una carta poco antes de que El Señor de los Anillos fuera publicado y que, pese a versar específicamente sobre esta novela, podría aplicarse a toda su obra. En su caso la religión, y en particular la fe católica, es un motor de inspiración. Se pueden encontrar simbolismos y actitudes de los personajes propias del catolicismo, pero no hay un planteamiento previo de carácter propagandístico, ni ningún propósito de adoctrinamiento.

El Señor de los Anillos es, por supuesto, una obra fundamentalmente religiosa y católica; de manera inconsciente al principio, pero luego cobré conciencia de ello en la revisión. Ésa es la causa por la que no incluí, o he eliminado, toda referencia a nada que se parezca a la «religión», ya sean cultos o prácticas, en el mundo imaginario. Porque el elemento religioso queda absorbido en la historia y el simbolismo. Pero todo esto está dicho torpemente, y suena como si me diera más importancia de la que siento. Porque, a decir verdad, conscientemente he planeado muy poco; y debería estar agradecido por haber sido educado (desde los ocho años) en una Fe que me ha nutrido y me ha enseñado todo lo poco que sé; y eso se lo debo a mi madre, que se atuvo a su conversión y murió joven, en gran medida por las penurias de la pobreza, que fueron las consecuencias de ello. [4]

2.- Desde las Sombras y las Imágenes Hacia la Verdad

John Henry Newman nació en Londres el 21 de febrero de 1801. Era el hijo mayor de un matrimonio de buena posición (su padre era banquero) integrado en la Iglesia de Inglaterra, pese al origen hugonote de la familia de su madre que procedía de Francia.

Newman fue educado en Ealing, una escuela privada en la que se dice que descubrió su vocación religiosa, que se concretó en su deseo formal de dedicarse el resto de su vida a asuntos espirituales y que le vino cuando apenas contaba quince años.

Completó su formación en Oxford, en el Trinity College, donde fue un destacado estudiante y en 1825 se ordenó. Permaneció en Oxford y en pocos años alcanzó el importante e influyente cargo de Vicario de la University Church, que compaginó con tareas como tutor y autor de estudios teológicos.

A su regreso de un viaje por Italia en el que enfermó gravemente, fue uno de los impulsores, seguramente el principal, del conocido como Movimiento de Oxford, junto a John Keble, E.B. Pusey, Hurrel Froude y otros clérigos anglicanos. En sus inicios partieron del principio de que la fe anglicana era realmente un credo católico no sometido a los dictados del Papa de Roma, de hecho, según ellos, su ubicación en el mapa de las religiones cristianas debería equidistar entre el protestantismo y el papismo, lo que fue llamado Vía Media.

El ansia de regeneración de su fe les llevó a combatir contra tres de los males que según ellos acuciaban al anglicanismo: su estancamiento espiritual, su heterodoxia doctrinal y la interferencia del estado en asuntos de fe. Su postura, vista por muchos miembros de su iglesia como revolucionaria, les llevó a plantear la reintroducción de principios católicos tales como la devoción y la tradición, lo que finalmente condujo a un rechazo frontal de sus ideas por parte de las autoridades eclesiásticas de la Iglesia de Inglaterra. No obstante, el Movimiento tuvo una nada desdeñable aceptación entre muchos clérigos y también laicos ilustrados para los que significó una importante influencia.

A principios de los años cuarenta del siglo XIX, Newman se retiró junto a un grupo de amigos y discípulos a una pequeña localidad a las afueras de Oxford, llamada Littlemore. Desde 1845 manifestó públicamente que el anglicanismo era más una creación política artificial que un hecho religioso derivado de las enseñanzas de Jesucristo y que la Verdad estaba en la Iglesia Católica Romana a la que se unió ese mismo año.

Dos años después fue ordenado sacerdote en Roma y poco después regresó a Inglaterra ansioso por difundir el mensaje católico entre sus compatriotas, en especial entre los sectores más privilegiados (los más cultos, por otro lado) entre los que el Movimiento de Oxford había causado un notable impacto que se había traducido en un buen número de conversiones.

Newman se estableció en Birmingham y en 1849 fundó en esa ciudad el Oratorio de San Felipe Neri, apenas unos meses antes de que se produjera la denominada por los sectores anglicanos como "agresión papal", es decir, la restauración de la jerarquía católica en Inglaterra, a través del restablecimiento de diócesis y de cargos eclesiásticos.

Éste fue uno de los primeros momentos complejos que Newman debió afrontar en su nueva condición de sacerdote católico. Desde entonces sufrió en primera persona los numerosos ataques públicos que los católicos ingleses debieron padecer por su mera condición religiosa y a raíz de diversas cuestiones como las resoluciones del Concilio Vaticano I a propósito de la infalibilidad papal, o las acometidas sobre la aparente falta de valor que se le daba a la verdad entre los sacerdotes católicos, formuladas por parte del mismo capellán de la reina.

Newman, que en su favor tenía una brillantez intelectual y una formación no muy frecuente entre los católicos ingleses (por razones históricas que se explicarán más adelante), intervino en estas polémicas y generalmente desarmó a los detractores del catolicismo con obras de un gran valor didáctico y teológico como Letter to the Duke of Norfolk o la irrepetible Apologia Pro Vita Sua. Pese a ello, en ciertos sectores católicos su figura nunca despertó demasiadas simpatías y, de hecho, algunos se planteaban, más o menos veladamente, dudas sobre la sinceridad de su conversión.

Lo que es innegable es que su verdadera tarea y vocación siempre estuvo ligada a la educación, debido a sus dotes naturales y puede que también como reminiscencia de su labor en Oxford, cuyas puertas se cerraron para él tras su conversión al catolicismo.

Dos fueron sus grandes legados en este tema. El primero lo conforman sus escritos e ideas sobre la educación cuando fue llamado, al poco de su conversión, para ocupar el cargo de Rector de la Universidad Católica de Irlanda. Pese a lo fallido del proyecto, sus reflexiones en The Idea of a University poseen un enorme interés y nos servirán para entender mejor sus planteamientos a propósito de la literatura.

En cualquier caso, su principal labor, o al menos la que le ocupó de forma más intensa la mayor parte de su tiempo, fue la fundación, dirección y administración de una escuela católica ligada al Oratorio de Birmingham. Este proyecto respondió a la necesidad que existía en aquel periodo histórico de una escuela para católicos cuyo nivel académico pudiera competir con el del resto de las escuelas de élite del país.

La escuela del Oratorio de Birmingham se estableció en 1859 en unas instalaciones colindantes al Oratorio y Newman se consagró a ella durante el resto de su vida, atento siempre al progreso de los alumnos en un contacto personal y directo, seguramente en el convencimiento de que, gracias a su formación, ellos habrían de convertirse en los escasos católicos ingleses llamados a ocupar cargos de responsabilidad en la sociedad británica.

Newman envejeció a la par que su escuela se desarrollaba y aumentaba en prestigio y en número de alumnos. La escuela y el Oratorio se convirtieron en su refugio durante el último tercio del siglo XIX, la época final de su vida que tuvo como punto culminante su designación como cardenal en 1879. De algún modo se puede considerar este hecho como un reconocimiento tardío o una reparación a la actitud que importantes grupos entre los mismos católicos tuvieron hacía él y hacia sus ideas.

Seguramente Newman fue un adelantado a su época cuya brillantez despertó celos y temores entre sus contemporáneos. Sus planteamientos teológicos, fermento del Concilio Vaticano II (que tuvo lugar más de medio siglo después de su muerte), o su inspirada oratoria y dialéctica, le convierten en el paradigma de lo que podría describirse como un humanista cristiano, considerado, hoy en día, Venerable por la Iglesia Católica y en proceso de beatificación.

El cardenal John Henry Newman falleció el 11 de agosto de 1890 y fue enterrado en el cementerio que la comunidad del Oratorio de Birmingham posee en la pequeña localidad de Rednal. El epitafio de su tumba, ideado por él mismo, es seguramente la frase que mejor describe su esencia y trayectoria vital: Ex umbris et imaginibus in Veritatem [5].

3.- El Contexto Histórico del Catolicismo en la Época de Newman

Los dos últimos siglos han sido muy importantes para el catolicismo en el Reino Unido, ya que durante ellos se ha producido un cambio fundamental en cuanto al papel de los católicos en la sociedad británica, comenzando por los cambios en las ancestrales leyes específicamente anticatólicas y haciéndose patente en tanto a la relevancia social adquirida por algunos miembros de esta fe.

La histórica postura anticatólica de la mayoría anglicana resulta patente si se tienen en cuenta hechos como el de que hasta 1791 no se permitieron las escuelas católicas en Inglaterra (tampoco a los católicos se les permitía acceder a las universidades) o que no se les reconociera el derecho a votar hasta 1793. Sin embargo, uno de los puntos de inflexión más destacados de la legislación británica tuvo lugar el año 1829, cuando, tras una campaña de emancipación civil originada en Irlanda, se promulgó una ley, no sin una agria polémica, que les permitía ser elegibles para cargos públicos, incluyendo la posibilidad de que accediesen al Parlamento, junto a concesiones que les autorizaban a ejercitar ciertos derechos civiles que les habían estado vetados durante siglos. [6]

En esta misma época se inició el Movimiento de Oxford que sería el germen de un buen número de conversiones al catolicismo de anglicanos pertenecientes a clases sociales privilegiadas. Muchos de estos conversos educados en la fe mayoritaria, pudieron disfrutar de una esmerada educación, tanto en las escuelas de élite británicas como en las más prestigiosas universidades tales como Oxford o Cambridge, algo vetado a los católicos tradicionales.

Los conversos conforman el tercer vértice de lo que podía definirse como la triple tipología de los católicos romanos británicos en aquella época, aunque los otros dos grupos resultan mucho más numerosos. Por un lado estaban los "Católicos Viejos", es decir, aquellos que procedían de familias que habían mantenido su fe durante los siglos de persecución y marginalidad, y cuya manera de vivir la religión podría decirse que era mucho más oscurantista y, sin duda, de menos brillo intelectual. Este grupo de católicos casi de catacumba estaba formado por pequeños profesionales y por trabajadores de clases sencillas, aunque entre ellos había algunos nobles tales como el Duque de Norfolk, el católico más importante de Gran bretaña.

El tercer colectivo de católicos (y el más numeroso) lo conformaban los irlandeses que habían conservado su credo a lo largo de los siglos y que durante el siglo XIX, en plena expansión fabril a consecuencia de la revolución industrial, emigraron hacia Inglaterra en gran número. Los irlandeses, obreros en su mayoría, carecían de recursos, influencia y educación de nivel.

La convivencia entre estos tres grupos no fue lo armoniosa que debería haber sido y, en particular, los conversos despertaron recelos entre católicos tradicionales. Así, por ejemplo, mientras que entre los anglicanos se afirmaba que «la mayor victoria de la Iglesia de Roma desde la Reforma ha sido la conversión de Newman [7] » entre algunos de sus compañeros de religión se dudaba de su fe y de su lealtad hacía ella.

Tal vez el problema tuviera su origen en el contexto general de la Iglesia Católica, regida en este periodo por el papa Pío IX, con una visión opuesta al pensamiento moderno y a cualquier clase de evolución o liberalidad. Particularmente en Inglaterra, con el catolicismo acosado severamente por la mayoría de la sociedad, sobre todo tras la restauración de la jerarquía católica en las islas en 1850, las tesis rectoras de los dirigentes de la Iglesia Católica tendían al ultramontanismo, es decir, al conservadurismo más extremo.

Este planteamiento ahogó muchos intentos renovadores, aunque no pudo frenar todas las ideas y Newman fue un buen ejemplo de ello. De hecho, pese a sus discrepancias, su voz se hizo oír y sus obras, como la fundación del Oratorio de Birmingham y de su Escuela, permanecieron a lo largo del tiempo.

Por otra parte, desde un punto de vista intelectual su legado es la mejor herencia del catolicismo de su tiempo en su ansía de integrar fe y conocimiento, buscando la unión entre religión y cultura, lo que le llevó a convertirse, en cierto modo, en un visionario sobre el rumbo que perseguiría la Iglesia Católica en el siglo XX.

4.- El Contacto Biográfico de John Henry Newman y J.R.R. Tolkien

Apenas diecisiete meses después del fallecimiento en Birmingham de John Henry Newman, a miles de kilómetros de Inglaterra, en la parte más austral de África, nacía John Ronald Reuel Tolkien. Debido a circunstancias relacionadas con el trabajo de su padre, como director de una sucursal bancaria en Bloemfontein, la capital del Estado Libre de Orange (hoy parte de la República de Sudáfrica), el que años más tarde se convertiría en afamado docente y autor, venía al mundo lejos de sus orígenes.

Sus padres, Arthur y Mabel, procedían de la zona de Birmingham y habían nacido en el seno de familias burguesas que atravesaban dificultades económicas cuando ellos se comprometieron, lo que les llevó a trasladarse a Bloemfontein y empezar allí su vida en común. Sus dos hijos, John Ronald y Hillary, nacieron en África, pero siendo muy niños, debido a sus problemas de salud y a la difícil vida del sur de África, regresaron a Inglaterra junto a su madre en lo que debería haber sido un traslado temporal. Arthur Tolkien permaneció en África pero, al poco tiempo, de forma inesperada cayó enfermo y murió.

Mabel Tolkien, la joven viuda, debió afrontar sola la tarea de educar a sus hijos. La pequeña familia se asentó en el área de Birmingham y, a pesar de sus escasos recursos económicos, gracias a la esmerada educación que Mabel había recibido, ella pudo ejercer como profesora de sus hijos hasta que estos alcanzaron una cierta edad. La familia, tanto la suya como la de su marido, les apoyó en cierta medida y dentro de sus posibilidades.

Sin embargo hacia 1900 Mabel tomó una difícil decisión: convertirse al catolicismo. Este paso que dio junto a sus hijos, apenas unos niños, fue el origen de una gran cantidad de problemas y conflictos, debidos, como ya se ha mencionado anteriormente, a la situación de los católicos y a como eran considerados.

Ante todo se produjo el inmediato rechazo de su familia lo que les llevó a buscar nuevas amistades y nuevos espacios donde desarrollar su vida. Su parroquia, el Oratorio de Birmingham, se convirtió en uno de los principales puntos de encuentro para su vida social, aunque especialmente para el desarrollo de su nueva fe.

En el Oratorio seguía absolutamente presente la figura de Newman y la gran mayoría de los miembros de la comunidad de oratorianos había tenido un contacto directo con él durante largos años. De hecho, varios de los miembros de la comunidad habían estudiado en la Escuela del Oratorio cuando eran niños y años después optaron por el sacerdocio y se incorporaron a la Comunidad. El tercer antiguo alumno de la Escuela que había seguido este camino era el Padre Francis Xavier Morgan, que en 1900 ocupaba el cargo de Párroco de la Iglesia del Oratorio. Debido a ello tenía una fluida relación con los feligreses lo que favoreció que pronto se produjera una conexión entre él y la familia Tolkien.

El Padre Francis Morgan entabló una cordial amistad con la viuda y sus dos hijos y se convirtió en uno de sus principales apoyos cuando Mabel cayó enferma y, tras unos meses de padecimiento, falleció. Dado el desamparo al que se habían visto abocados debido a la actitud su familia y la de su marido, no es de extrañar que una de las últimas voluntades de Mabel Tolkien fuera que se le concediera la custodia de sus hijos, lo que le llevó a convertirse en su tutor hasta que ambos alcanzaron la mayoría de edad. Por ello en él recayó la tarea de decidir sobre cuestiones relevantes de su vida, tales como la educación, las amistades o la administración de sus escasos bienes (a los que agregó, sin que nadie lo supiera, fondos procedentes de sus propios réditos).

Francis Morgan había nacido en España en 1857, en el seno de una familia de prósperos productores de vino de Jerez del sur de España. La familia de su madre, María Manuela Osborne, de origen inglés, seguramente debido a su integración total en España, se había convertido al catolicismo varias generaciones atrás, mientras que su padre, que se llamaba Francis Morgan como él y era de origen galés, siguió conservando el credo anglicano toda su vida.

Al igual que sus hermanos, Francis Morgan fue enviado a estudiar a Inglaterra. Él acudió, junto a su hermano Augusto, a la escuela del Oratorio a la que llegó en 1868 y en la que permanecería hasta 1874. Durante su estancia tuvo el privilegio (del que disfrutaron especialmente los alumnos de los primeros cursos de la misma) del impagable contacto directo y continuado con John Henry Newman pues en aquella época éste solía realizar personalmente un seguimiento mensual de todos los alumnos a los que examinaba de forma oral a propósito del trabajo que habían realizado durante el último mes. También insistía en que los chicos alcanzaran los mayores grados de honestidad, sin permitir ninguna clase de mezquindad o sordidez y al final de cada trimestre hablaba con cada uno de ellos sobre su progreso y comportamiento.

La escuela del Oratorio no era un seminario y su objetivo principal no era formar sacerdotes sino católicos seglares comprometidos (aunque muchos futuros sacerdotes fueron alumnos de la escuela). Existían numerosas diferencias entre la escuela y los seminarios aunque seguramente la fundamental era el formato y contenido educativo, ya que en la escuela del Oratorio primaba la enseñanza de los clásicos, como en la mayoría de las escuelas públicas, siguiendo un modelo humanista en la línea de Oxford o Cambridge, mientras que en otras escuelas católicas se cultivaba más el conocimiento de las vidas y los hechos de los Padres de la iglesia.

Tras abandonar la Escuela, Francis Morgan acudió brevemente a la Universidad Católica de Lovaina y a continuación regresó al Oratorio. Allí después de superar el largo noviciado exigido a los aspirantes a ser miembros de pleno derecho de la Comunidad, fue ordenado sacerdote en 1883. Previamente a esta fecha fue testigo directo (durante su noviciado) de la designación como cardenal de Newman en 1879 y posteriormente compartió con éste, en un contacto diario, el resto de sus años hasta que el anciano cardenal falleció en 1890.

Se puede señalar sin temor a ser demasiado audaces, que pocas personas pudieron tener un contacto, al menos a nivel personal y de convivencia, más estrecho con John Henry Newman que Francis Morgan, primero en su infancia y juventud como alumno de la escuela y posteriormente como compañero en la comunidad del Oratorio.

En cuanto a su contacto con Tolkien, es de sobras conocido que la figura de Francis Morgan resultó fundamental en su formación humana (además de otros aspectos como el económico en los términos señalados anteriormente y que, al margen de otras cuestiones, le convierten, al menos financieramente, en el principal responsable de que Tolkien pudiera acudir a Oxford). El Oratorio se convirtió en hogar del futuro autor y Francis Morgan, en palabras del propio Tolkien, en su "segundo padre" [8] .

Lo que resulta, en cualquier caso, difícil de imaginar es que en el contexto en que se desarrollaron los primeros años de Tolkien, y contando con un protector como Morgan, el autor de El Señor de los Anillos no conociera de forma directa y con cierta profundidad, las obras y planteamientos de Newman.

5.- Literatura Católica

A J.R.R. Tolkien le cabe el mérito de haber sido uno de los impulsores del acercamiento entre dos disciplinas íntimamente relacionadas, pero que tradicionalmente habían estado separadas, como son la filología y la literatura. Sin ir más lejos, partiendo de las posibilidades que le ofreció su formación como filólogo, Tolkien recurrió a la literatura como elemento inspirador y como medio para plasmar sus aspiraciones filológicas [9] y eventualmente, de forma inconsciente en un primer momento tal y como él mismo reconoció, sus ideas religiosas (católicas) y cosmogónicas.

No obstante en el acercamiento de Tolkien a la literatura concurren una serie de circunstancias formales y argumentales cuyo fundamento esencial o, al menos, una notable serie de coincidencias de planteamientos, pueden encontrarse en las opiniones sobre literatura, en concreto sobre la denominada como "literatura católica", de John Henry Newman.

Newman ha dejado un enorme legado a propósito de sus ideas lo que facilita la tarea de conocer detalladamente su pensamiento. Al margen de sus obras específicamente religiosas, en The Idea of a University , una serie de discursos pronunciados a mediados del siglo XIX en el seno de la incipiente Universidad Católica de Irlanda, nos aportan su visión sobre filosofía, arte, ciencia y también literatura.

En ellos da a conocer su opinión de que la educación, y por tanto todas las formas de transmisión del saber (por ejemplo la literatura), deberían tender al desarrollo de un pensamiento liberal ajeno al adoctrinamiento religioso. Así, para Newman el papel de la literatura no debería ser nunca el de desarrollar virtudes morales, ya que esto es algo que debe recaer en la familia y en la Iglesia.

Esta creencia íntima, compartida sin duda por Tolkien que lo demostró a través de diversos hechos tales como la renuncia en sus obras a la alegoría (que para él no era más que una velada forma de manipulación [10] ) es dirigida por Newman hacia planteamientos novedosos y nada complacientes con algunos tópicos muy arraigados.

Así Newman niega muchos argumentos tradicionalmente aceptados a propósito de la llamada literatura cristiana: «si la literatura ha de ser considerada un estudio de la índole humana, no puede haber literatura cristiana. Es una contradictio in terminis intentar una literatura sin pecado del hombre pecador».

Se trata de un ataque directo al planteamiento que propone que en la literatura el hombre debe ser descrito como un ser naturalmente bondadoso y al consiguiente afán, nada respetuoso con lo antropológico, de usar la literatura (convirtiéndola entonces en mala literatura) bajo formas beatas, pusilánimes y hagiográficas, carentes de auténtica valía, aunque, según los que las defienden, presuntamente útiles para la obtención de valores éticos y morales.

Para Newman, la literatura que debe ponerse al alcance de aquellos que están en formación (los discursos se plantean para un contexto universitario, aunque esta idea es, según sus propios argumentos, extensible a todos los seres humanos) debe ser la auténtica literatura que reivindica el hombre real, con sus miserias y sus tentaciones, y cuyo disfrute provocará una apertura en el pensamiento del lector, en la línea de la educación liberal que tanto propugna Newman.

Según sus propias palabras, hacer renunciar a alguien a estas lecturas implicará que: «se le habrán negado los maestros del pensamiento humano, que podrían haberle educado de algún modo, precisamente a causa de su incidental corrupción. Se le habrá apartado de hombres cuyos pensamientos mueven el corazón, cuyas palabras son máximas, cuyos nombres son familiares a todo el universo, que son el modelo de su lengua materna y el orgullo de sus compatriotas: Homero, Ariosto, Cervantes, Shakespeare, y ¿por qué? Porque el viejo Adán vive con ellos».

Curiosamente uno de los aspectos más llamativos de Tolkien, en cuanto a su inspiración literaria, ha sido el hecho de que muchas de sus fuentes tuvieran un origen pagano. La importancia que para él adquirieron obras como el Kalevala , Beowulf o las Eddas, no vienen sino a confirmar que en su caso y, desde temprana edad por su circunstancia personal, nos encontramos ante un ejemplo vivo de la educación liberal [11] .

Retomando a Newman, en su discurso precisa lo que define a la gran literatura; según él «la gran literatura trata los grandes temas de la condición humana y dibuja imágenes que encuadran nuestras imaginaciones. El gran estilista domina el arte de trabajar con las palabras, pero esto en sí mismo no producirá a un clásico de la literatura, una obra a la que volveremos repetidamente».

Y es que es en lo profundo de la obra donde se encuentra su valor, en las pasiones que afrontan los personajes y en la continua necesidad de superar las pruebas a las que se ven sometidos. Estas son, sin duda, las señas de identidad de las obras de J.R.R. Tolkien, desde El Señor de los Anillos a cualquiera de sus obras menores. Los personajes, pese al entorno más o menos imaginativo en que se puedan desarrollar las historias, se ven abocados (en un reflejo de la realidad más auténtica) a enfrentar decisiones trascendentes que en ocasiones les llevan al éxito, pero que muchas veces suponen su perdición. Pero, más allá de esto, si un tema de la condición humana es recurrente en la obra de Tolkien es el de la muerte, el más trascendente para el ser humano, que queda retratado bajo diferentes prismas con la aparición de otras razas y pueblos (por ejemplo los Elfos) que aportan una visión nueva al ligarlo con el misterio aun mayor de la propia existencia.

Newman ahonda un poco más en sus planteamientos cuando, a propósito del autor y de su importancia en cuanto a la "creación" de la gran literatura, señala que «los pensamientos y los razonamientos de un autor tienen, como he dicho, un carácter personal, no debe extrañarnos que su estilo no sea sólo el reflejo de sí mismo, sino también de su mente». Esto ligado a lo anterior podría llevarnos mucho más allá, pues este reflejo en el estilo (entendido en un sentido amplio y no sólo a nivel formal) de la propia naturaleza del autor no está muy lejos del concepto de subcreación formulado por Tolkien.

Según Tolkien la creación artística y por ende la literaria, son la fuerza que elabora un Mundo Secundario, que se erige sobre el Mundo Primario, la realidad creada por el artista divino: el primer Creador. Subcrear es, por tanto, una acción inherente al ser humano, que crea a imagen y semejanza de Éste, o como dice en el poema Mitopoeia: «creamos según la ley en la que fuimos creados [12] ».

Esta declaración tan tolkieniana no viene sino a demostrar su carácter de escritor católico según la concepción que Newman finalmente nos presenta: «Literatura católica no es equivalente a literatura religiosa, como la literatura Bíblica. Ni tampoco debe entenderse por literatura Católica los escritos sobre doctrinas Católicas, historia, etc. La literatura católica simplemente se refiere a las obras sobre temas que son tratados como un Católico los trataría».

6.- Oxford: Perder y Ganar

En las biografías de Newman y Tolkien encontramos una significativa coincidencia geográfica, relacionada con las dos ciudades que tuvieron un papel más relevante en las vidas de ambos. La primera de ellas es Birmingham, donde se desarrolló la época de madurez del primero (que incluye casi toda su trayectoria tras su conversión al catolicismo) y la infancia y primera juventud del segundo.

Sin embargo la ciudad más importante para ambos, al menos a nivel sentimental e inspirador, es Oxford. Para Newman sus años en Oxford representan la primera de las dos mitades en que se podría separar diametralmente su vida. En este periodo, en que fue estudiante en el Trinity College y luego tutor en el Oriel College y Vicario de la iglesia de la Universidad, la brillante erudición que emanaba de los vetustos colleges llenaba su vida y colmaba sus aspiraciones intelectuales.

De no haberse visto apartado de allí por su evolución religiosa, Newman hubiera permanecido en Oxford el resto de su vida disfrutando de esta riqueza cultural tan de su gusto. Sin ir más lejos, años después confesó a su diario: «¡Cuán triste y desolado ha sido el curso de mi vida desde que me hice católico! Aquí está el contraste: cuando era protestante, me aburría mi religión, pero no mi vida; ahora que soy católico, es mi vida la que me aburre, pero no mi religión».

Esta dualidad es el elemento inspirador del título de su novela Loss and Gain (Perder y Ganar) que, en un formato semejante a un diálogo platónico, describe en forma ciertamente autobiográfica el proceso de conversión al catolicismo de un miembro de la comunidad de Oxford. Charles Reding, el protagonista y su alter-ego en la ficción, revive los pasos que el propio Newman debió afrontar durante su conversión en el segundo tercio del siglo XIX. Los colleges de Oxford y toda la fauna que los puebla: profesores, tutores, alumnos, etc. son descritos con detalle por alguien que se sentía, de algún modo, miembro de aquel mundo.

La conversión al catolicismo supuso el adiós de Newman a Oxford pues no había sitio allí para los católicos. Por una parte en el momento en el que el abandonó la universidad, ésta era, en buena medida, un vivero de clérigos anglicanos y, por otra, los mismos católicos impusieron una prohibición a los jóvenes para que acudieran a estudiar a las universidades tradicionales inglesas tales como Oxford o Cambridge por su "peligrosidad" para su fe y la posibilidad de que fueran pervertidos por la mayoría anglicana.

Newman se opuso discreta y respetuosamente al mantenimiento indefinido de está prohibición, sobre todo vista la evolución en la sociedad británica y en la propia universidad, al margen de su convencimiento personal de que una buena formación resultaría una importante baza para un católico a la hora de superar muchos problemas inherentes a su condición religiosa. Sin embargo, esta norma no fue revocada hasta 1895, cinco años después de su muerte.

El último contacto directo de Newman con Oxford se produjo cuando contaba con casi ochenta años y de forma excepcional e impensable en otros tiempos, recibió una invitación para ser objeto de un homenaje en el Trinity College. Tras obtener la aprobación de su obispo, regresó a Oxford después de más de treinta años y pudo recorrer de nuevo la Universidad y reencontrarse con viejos amigos y con el paisaje que le acompañó durante una importante parte de su existencia, ya fuera como entorno vital o como objeto de su añoranza.

El permiso otorgado a los jóvenes católicos para que pudiesen asistir a Oxford benefició a J.R.R Tolkien, quien en 1911 tuvo su primer encuentro con la Universidad. Por entonces, apenas habían transcurrido tres lustros desde el levantamiento de la prohibición de acudir a Oxford autoimpuesta por las autoridades religiosas católicas.

Para Tolkien, Oxford fue igualmente su "tierra prometida" particular. Allí entabló múltiples amistades con ideas y aspiraciones semejantes a las suyas y todos sus anhelos de conocimiento se vieron colmados en el seno de la Universidad. Los tiempos habían cambiado y la situación de los católicos evolucionó y permitió que, pese a una cierta y puntual marginación, Tolkien pudiera desarrollar prácticamente toda su vida en Oxford, sin otras preocupaciones (al margen de las cuestiones familiares) que sus intereses académicos y el propósito de rodearse de un círculo de amigos y colegas con los que compartir sus inquietudes.

Con un siglo de diferencia respecto a Newman y su Movimiento de Oxford, Tolkien fue uno de los principales artífices de la creación de un club de intelectuales autodenominados Inklings y bautizado entre otros por Walter Hooper, el secretario personal de C.S. Lewis, como "el Otro Movimiento de Oxford". Precisamente C.S. Lewis junto a Tolkien puede ser considerado el alma de este grupo, que se vio complementado a lo largo del tiempo por figuras como la del poeta Charles Williams, Owen Barfield o Hugo Dyson junto a otros eruditos ligados a la vida de Oxford, en su mayoría cristianos comprometidos.

Los Inklings se reunieron de forma regular durante los años treinta y cuarenta. Las habitaciones de C.S. Lewis en el Magdalen College o un reservado en el pub Eagle and Child, fueron los lugares que frecuentaron en mayor medida para celebrar sus encuentros en los que leían las obras que cada uno estaba escribiendo o cambiaban opiniones sobre literatura, filosofía o religión.

Al igual que el primer movimiento de Oxford su postura como grupo también fue reivindicativa y opuesta a las corrientes culturales dominantes en su tiempo. En una época en la que las vanguardias alcanzaban su apogeo y autores procedentes de la corriente modernista anglosajona se convertía en referencia entre sus contemporáneos, ellos seguían luchando por mantener su identidad. En particular no podríamos esperar encontrar en la obra de la mayoría de ellos, y en especial en la de Tolkien, ninguna de las señas de identidad de estos grupos: el uso de técnicas psicoanalíticas para caracterizar sus personajes, la inspiración en filósofos como Marx o Nietzsche, el recurso de la métrica libre en la poesía (plagada, en muchos casos, de una rebuscada complejidad artificial) ni, ante todo, la reivindicación del agnosticismo que se extendió en aquel periodo entre las denominadas "élites intelectuales".

Se trata, en cualquier caso, de un grupo que reivindicó su condición cristiana, superando la lacra terrible de los acontecimientos de la primera parte del siglo XX (en particular la I Guerra Mundial) sin tener que recurrir a artificios que implicaran renunciar a ese sentimiento profundo de la Verdad que tanto buscó Newman en una época particularmente turbulenta: una visión de conjunto con la mutua integración de la fe y el conocimiento, la historia y la experiencia humana, la continuidad y el cambio. Como indica el propio Hooper: «Si el cardenal Newman hubiese vivido en ese tiempo, aquel habría sido el club en el que se habría sentido como en casa [13] ».

7.- La Herencia de Newman

El afamado escritor Graham Greene (1904-1991) definió a Newman como el "patrón del los novelistas católicos" en lo que viene a ser un reconocimiento a la herencia recibida del fundador del Oratorio por autores como él mismo, Hilaire Belloc, G.K. Chesterton, Evelyn Waugh o el propio J.R.R. Tolkien. De este modo, y siguiendo el símil, a estos autores se les ha llamado en más de una ocasión "los hijos de Newman".

Ciertamente ninguno de ellos ha fundamentado su obra en la predicación o en el afán apostólico aunque todos tienen en común (entre ellos y con Newman) el origen de su inspiración, basada en sus cimientos morales e intelectuales como católicos convencidos y fruto, en muchos casos, de unas experiencias que supusieron una enorme influencia en sus creencias.

Sin embargo, en Tolkien se pueden encontrar unas sutiles señales de comunión más íntima con algunas ideas de la visión de Newman. Aunque sea una opinión que pueda implicar un cierto grado de polémica, se puede demostrar que ambos coincidieron en un enfoque hacia una Iglesia moderna, alejada de un rol rígido de autoridad, convertida en medio de inspiración y caldo de cultivo para el desarrollo personal de los fieles a través de la unión con Dios. En palabras de Tolkien: «el principal propósito de la vida, para cualquiera de nosotros, es incrementar, de acuerdo con nuestra capacidad, el conocimiento de Dios mediante todos los medios de que disponemos, y ser movidos por él a la alabanza y la acción de gracias [14] ».

Tolkien planteó, como Newman, que se debía partir del hombre para llegar a Dios, de modo que asumió en primera persona el papel de laico comprometido, un papel que, especialmente gracias a las ideas de Newman sobre la vocación universal de santidad, fue revalorizado y reconocido entre los miembros de la Iglesia. Antes de los planteamientos de Newman, los fieles eran vistos como católicos de un orden inferior al de los sacerdotes y religiosos, al punto que no se consideraba el trabajo, los estudios o la simple actividad cotidiana como medios válidos de santificación.

El profesor Odero, al que citábamos en el primer apartado de este trabajo, sintetiza la postura de Tolkien al respecto, cuando indica, a propósito del cuento Hoja de Niggle, que Tolkien piensa que: «el hombre puede ayudar a completar la creación y puede que su trabajo alcance de Dios el don de una pervivencia sobrenatural». En este caso, el hombre del que habla Tolkien es el artista (el pintor, el escritor, el escultor, etc.) que con su arte (y su conocimiento y saber hacer: su subcreación) también sirve a los propósitos de Dios.

El hecho es que, tanto para Newman como para Tolkien, el Conocimiento y la Religión van indisolublemente unidos (puede que por su unión con el mundo universitario). Los dos se fundamentan, además de una profunda fe, en sus notables conocimientos en cuestiones relacionadas con la teología y la filosofía, pero también con la historia y la cultura clásica y medieval; lo que les hace coincidir en una visión que, sin embargo, mantiene siempre las distancias con el racionalismo y el materialismo.

Tanto uno como otro parten del principio histórico de la Verdad presente en el cristianismo que se significa a través de la figura de Jesucristo como elemento primordial. En palabras de Newman: «La revelación nos sale al encuentro con hechos sencillos y acciones claras, no con laboriosas inducciones a partir de ciertos fenómenos que se dan en el mundo, no con leyes generalizadas o conjeturas metafísicas, sino con Jesús y la resurrección». Precisamente la clave para que Tolkien convenciera a C.S. Lewis para que abandonara el agnosticismo va en esta dirección pues la clave de su argumentación fue mostrarle que Cristo era el Mito Verdadero, que había acontecido realmente [15] .

Tolkien acuñó el término eucatástrofe para definir el inesperado giro final de las historias de ficción, las que el llamaba Cuentos de Hadas, que implica la revelación de la buena noticia (evangelio) que produce un consuelo gozoso. Dicho consuelo es en realidad una gracia súbita que viene a ser un reflejo del gozo de la eucatástrofe primordial: la resurrección de Jesucristo.

Con esta coincidencia tan profunda no debe extrañar la oposición de ambos al liberalismo en religión (que no en contra del ecumenismo). Newman expresó de forma inequívoca sus ideas a este respecto en la alocución que pronunció al recibir el nombramiento de cardenal: «Durante treinta, cuarenta o cincuenta años me he resistido con todas mis fuerzas al espíritu del Liberalismo en religión. […] El Liberalismo en religión es la doctrina que no acepta la existencia de la verdad absoluta en el ámbito religioso, sino que afirma que un credo es tan bueno como cualquier otro […] La religión revelada –se afirma– no es una verdad, sino un sentimiento y una experiencia; no obedece a un hecho objetivo o milagroso, y a cada persona le asiste el derecho a interpretarla a su gusto».

Del mismo modo Tolkien manifestó explícitamente su animosidad contra esta liberalidad en cuestiones religiosas y reconoció el papel del Padre Francis Morgan (discípulo de Newman, por otra parte) en este contexto al indicar que «yo aprendí caridad y misericordia de él y su luz penetró incluso la oscuridad ‘liberal’ de la que yo procedía [16] ».

Todos estos planteamiento parecen contradecir la imagen ultramontana de Tolkien que de algún modo se ha querido trasmitir, dado, por ejemplo, su aparente rechazo al Concilio Vaticano II. Sin embargo, las divergencias de Tolkien con el Concilio (por otro lado, inspirado en su esencia por las ideas de Newman) se enmarcan en un terreno "estético". Dicho de otro modo, el cambio formal del rito con la sustitución del latín y de otros elementos seculares (que, por otra parte, corresponde a una reforma litúrgica y no al Concilio en sí), le disgustaron en tanto que para él no suponían un "acercamiento" entre el oficiante y los fieles sino más bien un "alejamiento", por su hábito personal y por su propia formación clásica como filólogo. En cualquier caso, Tolkien no tuvo, ni de lejos, un posicionamiento de abierto antagonismo a los cambios como, por ejemplo, plantearon figuras como Evelyn Waugh [17] .

En todo caso, no cesan de mostrarse las claves que conducen tanto a Newman como a Tolkien a posiciones nada conservadoras. Por ejemplo a Newman le debemos el meritorio Essay on the Development of Christian Doctrine (Ensayo sobre el Desarrollo de la Doctrina Cristiana) que viene a ser, desde un punto de vista teológico un anticipo a las teorías evolucionistas de Charles Darwin [18] . De hecho, cuando apareció la obra de Darwin, Newman anotó en su diario: «O iré hasta las últimas consecuencias con Darwin o renunciaré por completo al tiempo y a la historia, sosteniendo no sólo la teoría de las especies distintas, sino también la de la creación de rocas que contienen fósiles».

Resulta curioso observar como también en la obra de ficción de Tolkien la evolución resulta una constante. No sólo existen cambios geológicos que reconfiguran la faz de la Tierra Media, sino que muchos seres evolucionan desde la Primera Edad a la Tercera, como las arañas o las águilas que van reduciendo su tamaño o los Mûmakil llamados en lengua común Olifantes y que nos recuerdan (en aspectos y en sonoridad de los términos utilizados) a los Mamuts que evolucionaron a los elefantes actuales.

* * *

Las múltiples coincidencias de Newman y Tolkien redundan en la necesidad de significar el reconocimiento de que sus figuras vienen a ser dos piezas de un mismo todo. De alguna forma, ambos, en épocas diferentes y empleando medios diferentes, trataron de trasmitir un mismo mensaje que perdura entre nosotros y seguirá siendo trasmitido a lo largo del tiempo; de aquí su grandeza.

Ambos cumplieron con modestia una tarea autoimpuesta que pasaba por el audaz afán de encontrar nuevas vías y nuevos medios para hacernos ver con otros ojos y guiarnos a través de senderos escondidos que, en realidad, siempre han estado ante nosotros.

Seguramente ellos mismos fueron los primeros en aplicarse esta avidez exploratoria que Tolkien describe poéticamente en una canción de El Señor de los Anillos:

«Aún detrás del recodo quizá todavía esperen un camino nuevo o una puerta secreta; y aunque a menudo pasé sin detenerme, al fin llegará un día en que iré caminando por esos senderos escondidos que corren al oeste de la Luna, al este del Sol [19] ».

[1] Fecha de la destrucción del anillo en El Señor de los Anillos.

[2] Justo 9 meses antes de la Navidad.

[3] Extraído del Prólogo de Tolkien. Cuentos de Hadas de José Miguel Odero. Ediciones Universidad de Navarra.

[4] Cartas de J.R.R Tolkien . Humphrey Carpenter, editor. Carta 142 a Robert Murray, Diciembre 1953.

[5] Desde las sombras y las imágenes hacia la Verdad.

[6] A consecuencia de los conflictos religiosos iniciados por Enrique VIII y continuados por sus descendientes, los católicos quedaron en una situación de completa marginalidad social, casi al borde de la ley (o incluso fuera de ella en algunos momentos).

[7] Frase de Lord Gladstone, quien fuera Primer Ministro.

[8] Hacia el final de su vida, Tolkien escribió una carta a su hijo Michel en la que, reflexionando sobre su vida, comentaba: «... y también recuerdo la muerte del P. Francis mi ‘segundo padre’. [...] En 1904 mi hermano y yo encontramos la súbita experiencia milagrosa del amor, cuidado y humor del Padre Francis (tenía casi la misma edad que mi auténtico padre hubiera tenido: ambos nacieron en 1857, Francis a finales de enero y mi padre a mediados de febrero)». Cartas de J.R.R. Tolkien. Humphrey Carpenter, editor. Carta 332 a Michael Tolkien. Enero 1972.

[9] « Muchos niños inventan, o empiezan a inventar, lenguas imaginarias. Yo me dediqué a ello desde que empecé a escribir. Pero nunca dejé de hacerlo y, por supuesto, como filólogo profesional (interesado especialmente en. la estética lingüística), he cambiado de gusto, mejorado en teoría y, quizás, en habilidad. […] Con el material de esas lenguas están hechos casi todos los nombres que figuran en mis leyendas. Esto da cierto carácter (una coherencia, una consistencia de estilo lingüístico y una ilusión de historicidad) a la nomenclatura, o así me lo parece, que falta de modo notorio en otras creaciones comparables. No todos considerarán esto tan importante como yo, pues padezco la maldición de una sensibilidad aguda para tales asuntos». Cartas de J.R.R. Tolkien. Humphrey Carpenter, editor. Carta 131 a Milton Waldman. 1951.

[10] Tolkien creía que un mito no debería ser alegórico sino que debería ser aplicable. «No hay en la obra [El Señor de los Anillos] ninguna "alegoría" moral, política o contemporánea, en absoluto. Es un "cuento de hadas", pero un cuento de hadas escrito para adultos.[…] El cuento de hadas tiene su propio modo de reflejar la "verdad", diferente de la alegoría, la sátira o el "realismo", y es, en algún sentido, más poderoso». Cartas de J.R.R. Tolkien . Humphrey Carpenter, editor. Carta 181 a Michael Straight . 1956.

[11] Tolkien no asistió a la Escuela del Oratorio puesto que el Padre Morgan logró permiso para que continuara sus estudios en la King Edward’s School, una muy prestigiosa escuela no católica que le proporcionó una excelente educación. Sin embargo, la influencia ambiental debida a pasar la mayor parte de su tiempo en el Oratorio (en un periodo en el que estaba reciente la desaparición de Newman) le hacen necesariamente heredero sus posturas sobre el aprendizaje que debió vivir en primera persona.

[12] J.R.R. Tolkien, Poema Mitopoeia, en Árbol y Hoja.

[13] Walter Hooper fue secretario personal de C.S. Lewis y es autor de una completa biografía de este autor. Un ensayo suyo titulado El Otro Movimiento de Oxford, que incluye sus propios recuerdos sobre los Inklings, fue seleccionado por Joseph Pearce para su recopilación J.R.R. Tolkien. Señor de la Tierra Media. Aprovechando esta nota, debe señalarse que la recopilación de Pearce resulta interesante aunque peca por momentos (a criterio de este autor) de una cierta falta de ecuanimidad. Parece claro el propósito intelectual que se tiene a priori y el resultado que se quiere obtener lo que lleva a una cierta distorsión de la figura de Tolkien. Sin ir más lejos, el propio Pearce en su ensayo Tolkien y el Renacimiento Literario Católico aborda las cuestiones tratadas en este trabajo (de hecho se centra en la relación entre Tolkien y Newman) pero cae en un continuo regreso a conceptos e ideas preconcebidas. Este es, por otra parte, el pecado de buena parte de los ensayos. Por ejemplo, no quisiéramos dejar de citar la visión de Charles A. Coulombe, en uno de ellos titulado El Señor de los Anillos, una Perspectiva Católica, sobre el Padre Francis Morgan: «se definía como un "tory galés-español" sin duda una combinación tan ultramontana como pudiera desearse». Se trata simplemente de una afirmación llena de prejuicios y de ignorancia histórica sobre la formación y la base biográfica de Morgan.

[14] Cartas de J.R.R Tolkien . Humphrey Carpenter, editor. Carta 310 a Camilla Unwin, Mayo 1969.

[15] Humphrey Carpenter relata en su biografía de Tolkien la forma en que éste expuso estos argumentos a C.S. Lewis. «Hacia el verano de 1929 [C.S. Lewis] profesaba ya el teísmo. […] El sábado 19 de septiembre de 1931 […] Lewis había invitado a Tolkien a cenar en el Magdalen, con otra persona, Hugo Dyson, a quien Tolkien había conocido en el Exeter College en 1919. […] Después de la cena, Lewis, Tolkien y Dyson salieron a caminar. Era una noche muy ventosa, pero echaron a andar por Addison’s Walk discutiendo sobre el propósito de los mitos. Lewis, que creía ahora en Dios, no podía comprender todavía la función de Cristo en el cristianismo, ni tampoco el significado de la crucifixión y la resurrección. […] Lewis se sentía conmovido cuando hallaba en alguna religión pagana el concepto de sacrificio, y la idea de una deidad que moría y resucitaba había excitado su imaginación. […]
—Pero los mitos son mentiras —dijo Lewis—, aunque esas mentiras sean dichas a través de la plata.
—No —dijo Tolkien—. No lo son.[…] Venimos de Dios —continuó Tolkien—, e inevitablemente los mitos que tejemos, aunque contienen errores, reflejan también un astillado fragmento de la luz verdadera, la eterna verdad de Dios. Sólo elaborando mitos, sólo convirtiéndose en un "subcreador" e inventando historias, puede aspirar el hombre al estado de perfección que conoció antes de la Caída. Nuestros mitos pueden equivocarse, pero se dirigen, aunque vacilen, hacia el puerto verdadero, en tanto que el "progreso" materialista conduce sólo a un abismo devorador y a la Corona de Hierro de las fuerzas del Mal». Humphrey Carpenter. J.R.R Tolkien. Una Biografía.

[16] Cartas de J.R.R Tolkien . Humphrey Carpenter, editor. Carta 267 a Michael Tolkien, Enero de 1965.

[17] Según George Sayer, en su ensayo Recuerdos sobre J.R.R. Tolkien, incluido en la recopilación de ensayos de Joseph Pearce citada anteriormente, J.R.R. Tolkien. Señor de la Tierra Media, éste «se quejaba a menudo de las nuevas traducciones al inglés de los textos latinos utilizadas en los servicios católicos porque eran inexactos o habían sido vertidas con excesiva torpeza». No obstante Tolkien no hizo campaña pública contra el Concilio ni se le puede comparar con el citado Waugth quien se dedicó a escribir numerosas cartas de protesta y artículos críticos en publicaciones católicas tales como The Tablet, The Catholic Herald o Commonweal en los que se quejaba de lo que él denominaba los inicios del protestantismo amenazador en la política renovadora de Juan XXIII. Evelyn Waugth (1903-1966), fue un conocido escritor y periodista británico, convertido al catolicismo en 1930. Es autor, entre otras, de la afamada novela Retorno a Brideshead.

[18] Esta obra fue publicada catorce años antes que El Origen de las Especies de Charles Darwin.

[19] Vieja canción de caminantes que Frodo canta durante el trayecto que le conduce a los Puertos Grises. J.R.R. Tolkien. El Retorno del Rey.

BIBLIOGRAFIA
PRINCIPALES OBRAS CONSULTADAS DE J.R.R. TOLKIEN

El Hobbit.
Ediciones Minotauro, 1982.

La Comunidad del Anillo, El Señor de los Anillos I.
Ediciones Minotauro, 1978.

Las Dos Torres, El Señor de los Anillos II.
Ediciones Minotauro, 1979.

El Retorno del Rey, El Señor de los Anillos III.
Ediciones Minotauro, 1980.

Apéndices, El Señor de los Anillos IV.
Ediciones Minotauro, 1987.

El Silmarillion.
Ediciones Minotauro, 1984.

Cuentos Inconclusos de Númenor y la Tierra Media.
Ediciones Minotauro, 1990.

Árbol y hoja.
Ediciones Minotauro, 1994.

PRINCIPALES OBRAS DE CONSULTADAS J.H. NEWMAN
(Disponibles on-line a través de la web www.newmanreader.org)

Loss and Gain. The Story of a Convert.
Longmans, Green, and Co. 1906.

The Idea of a University.
Longmans, Green, and Co. 1907.

Apologia Pro Vita Sua.
Longmans, Green, and Co. 1908.

Lectures on the Present Position of Catholics in England, addressed to the Brothers of the Oratory in the Summer of 1851.
Longmans, Green, and Co. 1908.

OBRAS DE REFERENCIA Y CONSULTA

Carpenter,Humphrey. editor.
Cartas de J.R.R Tolkien.
Ediciones Minotauro, 1993.

Carpenter, Humphrey.
J.R.R.Tolkien: Una Biografía
Ediciones Minotauro, 1990.

Dessain, C. Stephen, et al., editores.
John Henry Newman, Letters and Diaries.
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Hutton, Richard H.
Cardinal Newman.
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Odero, José Miguel.
Tolkien. Cuentos de Hadas.
Ediciones Universidad de Navarra.

Pearce, Joseph.
J.R.R. Tolkien: Señor de la Tierra Media.
Ediciones Minotauro, 2001.

Shrimpton, Paul.
A Catholic Eton?: Newman's Oratory School.
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Tracey, Gerard.
Venerable John Henry Newman.
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Ward, Wilfrid.
Life of Cardinal Newman.
Longmans, Green, and Co. 1912.

Ybarra y Osborne, Eduardo.
Notas históricas-genealógicas y heráldicas de la casa Osborne, Guezala, Böhl de Faber y Power, con algunas alianzas que han contraído.
Edición privada. Sevilla. 1929.

* * *

Igualmente han sido de valor incalculable las informaciones obtenidas a través de las entrevistas y cartas cruzadas con el Padre Paul Chavasse, Preboste del Oratorio de Birmingham y postulador de la causa de canonización del cardenal Newman, Anthony Tinkel, archivero de la Asociación de la Escuela del Oratorio y Tomás Osborne Gamero Cívico, pariente del Padre Francis Morgan.