«LA PROHIBICIÓN»


Y sucedió que mientras se libraba la Guerra del Anillo, como se cuenta en otra parte, cuando la Tercera Edad languidecía y estaba llegando a su fin, a las costas de la Tierra Media arribó un navío envuelto en una bruma tan espesa que apenas dejaba adivinar su estilizada línea.

Pero esta nave apenas se detuvo en Mithlond, los Puertos Occidentales de la Tierra Media, el tiempo necesario para que una figura descendiera de ella. No se trataba de un desembarco accidental y la llegada del viajero no era azarosa. Círdan, señor de los puertos y Carpintero de los Barcos, le estaba esperando y el encuentro entre ambos fue profundamente afectuoso.

- Que las estrellas iluminen el camino en la hora de nuestro encuentro -saludó el recién llegado a Círdan.

- Largo tiempo te he añorado estimado pariente -dijo Círdan-. Sé bienvenido a Los Puertos.

- Feliz me hallo en verdad -afirmó el viajero-. Aunque mi estancia al Otro Lado ha sido muy venturosa, reconozco que he echado de menos la Tierra Media.

- La voluntad de Los Poderes te conduce de nuevo entre nosotros -sentenció Círdan.

- Ciertamente es así, mas la misión que me trae aquí necesita de tu ayuda Hacedor de Barcos.
 
- Lo sé -por un instante pareció que Círdan emitía un suspiro quedo, aunque su rostro apenas dejó traslucir cambios-. Igual que tu llegada, la ayuda que necesitas me fue anunciada en un sueño propiciado por el Señor de las Aguas.

Con un elegante gesto Círdan señaló en la dirección de su propia morada, ciertamente modesta para un poderoso señor de los elfos y mientras caminaban hacia ella dijo:

- Una montura está presta para emprender viaje, aunque acepta antes la hospitalidad de los Puertos pues el tiempo es importante mas no siempre llega a buen destino el que parte precipitadamente.

- Así será hermano mío y señor mío. Me demórate aquí hasta la salida del sol.

En el hogar de Círdan recordaron juntos imágenes del pasado y rostros largamente olvidados que fueron evocados en una profunda conversación. Hablaron también del presente y de la amenaza de la Sombra renacida y de la desigual lucha que los Pueblos Libres habían entablado contra ella. Muchas cosas habían sucedido en los últimos tiempos y acontecimientos poco halagüeños se habían precipitado tras lo revelado en el Concilio de Imladris.
 
Pero la esperanza, aunque cada vez más leve, pervivía en los corazones de los animosos y de entre ellos en Círdan. Y esta esperanza se reforzó aun más con las palabras de su invitado. Cierto es que se trataba de alguien alejado de las cuestiones mundanas de la Tierra Media, mas su misión le hacía ser conocedor de altos designios y de la resolución de muchas cuestiones.

- No se debe desesperar -dijo-, pues más allá de nuestro desánimo está la voluntad de aquellos que han sido designados para llevar a cabo grandes empresas. Y yo te digo mi señor Círdan que mucho queda por suceder y de los más débiles surgirán las mayores muestras de valor. Es más, te auguro que si esa es la voluntad de los pueblos, aunque el fin de esta Edad será triste para muchos, no lo será por la desesperación o la derrota sino por el cambio de los ciclos del mundo.

Y así siguió su charla durante largo tiempo y en ella departieron de otras muchas cosas hasta que las luces de la mañana les sorprendieron. Fue entonces cuando Círdan le guió hasta un establo en el que encontraron un caballo gris muy robusto.

- Prepárate ahora a partir, tu hora ha llegado -dijo Círdan-. He escogido esta montura para ti; se llama Mithfuin. Espero que te sirva bien. 

- Agradezco tus desvelos Carpintero de los Barcos -asintió agradecido- y espero que muy pronto nuestros destinos se reencuentren.

Y una vez dicho esto, tras unos rápidos arreglos, partió de Mithlond. Se marchaba pesaroso ya que dejaba atrás a alguien muy estimado y además la lejanía del mar le incomodaba. Pero su viaje no podía demorarse pues el futuro de muchos dependía de sus gestiones.

* * *

Círdan había elegido una buena cabalgadura, una montura ideal para el duro viaje. Era además un ser inteligente, capaz de escoger siempre el lugar más apropiado donde pisar y de reconocer siempre el mejor sendero.

Sin embargo, el camino fue incómodo ya que siguió rutas difíciles y poco frecuentadas que evitaban las vías principales. Pese a ello, divisó a cierta distancia a muchos grupos organizados formados por orcos y hombres de aspecto desagradable que parecían marchar hacia distintos frentes. Incluso observó en la lejanía destellos que procedían de lo que podría ser una batalla.

Su presencia nunca fue percibida. En realidad podía dar por seguro que contaba con una protección, con un manto de sombra que le protegería, como ya le había sucedido largo tiempo atrás cuando fue elegido para viajar con el señor del Eärrámë.

Su viaje continuó de este modo y, aunque sabía que el hado que le conducía le haría llegar a su destino en el momento propicio, anhelaba llegar a él pues la oscuridad, que parecía inundarlo todo, le confundía e inquietaba.

Los territorios por los que pasaba, la mayoría deshabitados, le daban la sensación de que aquel era un mundo en decadencia y esto le despertó el deseo de recorrer de nuevo los lugares tan diferentes en los que había habitado tiempo atrás y, por encima de todos, ansió poder volver a Gondolin.

Una mañana apareció en la lejanía la silueta de un bosque. A medida que se acercaba, observó lo distinto que era de los que había podido observar durante este viaje, pues aunque frondoso y vivo se podía apreciar claramente en él que era antiguo y venerable. Supo entonces que había llegado a su destino, estaba sin duda ante Lothlórien.

No dudó en adentrase en el bosque, mas enseguida hubo de descender de su montura y caminar por los senderos que serpenteaban entre los árboles. No sabía que ruta seguir, simplemente se dirigía hacia las profundidades de Lothlórien pues estaba seguro de que muy pronto los guardas de la Dama se presentarían ante él.

Al poco tiempo de estar vagando aparecieron ante él tres elfos vestidos de gris sombra.

- Bienvenido seas -le dijo uno de ellos-. Elfo eres sin duda aunque parece que vienes de tierras lejanas.

- Así es en efecto, de muy lejos vengo con una encomienda para vuestra Dama -respondió el interpelado.

- Son muchos los que visitan a la Dama últimamente, pues sombríos son estos tiempos y grandes planes deben trazarse -le dijo el que había hablado antes-. Os conduciremos ante ella sin demora pues aunque seamos silvanos podemos percibir lo importante de vuestra misión.

Mientras uno de aquellos Elfos de los Bosques se adelantaba, fue conducido por los otros dos a través del bosque. Al contrario de lo que le había pasado desde que arribara a la Tierra Media, al atravesar Lothlórien se sintió transportado a tiempos pasados. Ahora se sentía realmente como antaño, de nuevo los mismos colores y la misma percepción de poder puro y primigenio que lo anegaba todo y lo aislaba de la neblina gris que dominaba la Tierra Media.

En verdad la Dama mantenía un oasis gracias a su poder, un reflejo de la esplendorosa Doriath en medio de una época de oscuridad y declinación. Por ello, a cada paso, se incrementaba su pesar pues era consciente que este reducto del pasado desaparecería en breve, fuese cual fuese el destino que aconteciese a los Eldar y al resto de los pueblos de la Tierra Media en estos pesarosos tiempos.

Atravesaron claros y pequeñas elevaciones, vadearon varias corrientes de agua y avanzaron sin demora a través de un paisaje único hasta que finalmente llegaron hasta la capital del reino de la Dama. Allí fue conducido hasta a un enorme árbol de que pendía una escalera blanca ante la que se hallaban dos elfos con túnicas también blancas. Al verle uno de ellos hizo sonar un cuerno cuyo sonido obtuvo una respuesta inmediata desde arriba del árbol

- Sube ahora -le dijo el que acababa de tocar-. La Dama te espera pues tu llegada ya le ha sido anunciada.

Obedeció y comenzó a subir. Cuando finalmente llegó arriba, un elfo, también de blanco, le condujo hasta una estancia donde se encontró con aquella a la que había venido a ver.

- Se bienvenido a Lothlórien -le dijo la Dama acercándose y dando muestras de que le había reconocido-. Más allá de lo esperado nuestros destinos se vuelven a cruzar.

- Así es en efecto mi Dama -respondió- y no es un hecho casual pues se debe a las importantes nuevas que os traigo.

Mientras la Dama le observaba sintió como ella, de algún modo, entraba en su mente. Pero no actuaba como una intrusa, sino trasmitiéndole parte de ella misma, una parte ligada a sus anhelos y al conocimiento profundo que poseía del pasado y del futuro.

- Tu mensaje se ha adelantado a tu voz -dijo ella mostrando en su rostro una mezcla de contenida alegría y alivio-. Se trata de un anuncio largamente esperado.

- Me complace haber sido elegido como medio para hacéroslo llegar -afirmó sinceramente-. El camino está ahora abierto para vos. Pero mi misión no termina aquí -prosiguió el mensajero- pues otros hechos nos deben ocupar antes de que podamos partir desde los Puertos.

- En verdad nunca imaginé que la prohibición se levantara justo en un momento de incertidumbre como éste -confesó Galadriel.

- Puede que por ello sea éste el momento elegido -remarcó él-. La Tierra Media está en plena lucha por su supervivencia y las posibilidades de éxito son escasas. Pero no todo está perdido y, aunque vuestras dotes son grandes, no conocéis todo lo que os he venido a contar, pues mi cometido continúa y traigo una buena nueva para los Pueblos Libres.

- Enigmáticas son tus palabras pero hablan de una esperanza en la que ansío creer -aseguró la Dama-. Por la gracia que has venido a comunicarme podré al fin partir, pero ciertamente temo por aquellos que permanecerán y cuyas vidas no desearía que se transformaran en servidumbre y esclavitud.

- Vuestros temores no carecen de motivo -dijo él-, mas los Poderes siguen atentos al devenir del mundo y, aunque su forma de manifestarse no sea la misma de antaño, en los peores momentos su influencia se hará notar sobre aquellos cuyas espaldas soportan mayores cargas.

- Me tranquilizas, mas me cuesta dar consuelo a otros. Hasta ayer mismo, algunos de los que hablas estuvieron aquí y ciertamente me di cuenta de cuan duro resulta -y al decir esto una leve muestra del cansancio que acumulaba se reflejó apenas un instante en sus ojos-. Será porque las palabras de alivio y esperanza me recuerdan a Mithrandir, quien, pese a todo, cayó.

- Igual que el sol cae también surge de nuevo -comenzó-, y vuestra ayuda es ahora necesaria para aquel de quien habláis, pues me fue anunciado que cuando me hallara ante vos se habría consumado su retorno: su destino es poderoso y le ha sido permitido regresar.

Al oír esto ella se sintió francamente conmovida y apenas pudo responderle con palabras.

- Mi corazón se llena de gozo, hijo de Aranwë –dijo. Y así era en efecto pues el retorno de Mithrandir era algo completamente inesperado.

La Dama supo entonces que el Istari había recorrido senderos más allá de la vida y la muerte, y ahora regresaba poderoso y bendecido para completar su misión. Mas, como un recién nacido, era débil y vulnerable en sus primeros momentos de vida.

- Vuestro poder y sabiduría son fundamentales para auxiliarle en este trance.

- Convocaré a Gwaihir -declaró Galadriel-. el Señor de las Águilas podrá encontrarle y conducirle aquí.

Y comenzó un canto suave y profundo que fue llevado por el viento como una brisa de primavera. En medio de la canción, que más bien parecía el susurro de las flores en el bosque, se distinguían apenas algunos nombres y entre ellos el de Gwaihir y el de Mithrandir. Y poco tiempo después una majestuosa águila comenzó a volar en círculos sobre sus cabezas y descendió elegantemente hasta colocarse a su lado.

- Mi Dama, tus nuevas me han llegado y me llenan de gozo. -dijo el águila.

- Es ciertamente una gran alegría -respondió Galadriel-. Parte ahora Gwaihir en pos de Mithrandir y tráele aquí.

Y al escuchar esta demanda Gwaihir, señor del viento, comenzó a batir sus alas y se elevó y sus ilusiones fueron con él.

No debieron esperar demasiado tiempo hasta que Gwaihir retornó. Fue entonces cuando su alegría creció al observar como en las garras del águila una silueta se agarraba fuertemente para no caer. Y a medida que se acercaba pudieron comprobar que se trataba de la figura familiar del mago.

Al descender hasta el suelo Gwaihir le depositó suavemente, mas Mithrandir, desnudo y con aspecto famélico, no pudo mantenerse de pie. Varios elfos acudieron a ayudarle y la Dama presta se acercó a él y tocó su frente.

- Ahora debes descansar -le dijo mientras ordenaba que fuera conducido a sus propios aposentos.

Gracias a los cuidados de Galadriel transcurrió poco tiempo antes de que Mithrandir se recuperase. Le habían preparado hermosas ropas de color blanco y en adelante nadie se podría volver a referir a él como el Gris. En verdad ahora ocupaba la cabeza de los Istari y su retorno iba unido a un incremento de su poder.

Y pese al lento discurrir del tiempo en Lothlórien pronto la prisa abrumó al mago. Mientras los días transcurrían entre la contemplación de la belleza serena del bosque de la Dama, también las conversaciones se sucedían ya que muy pronto comenzó a tener largos parlamentos con Galadriel, Celeborn y con el invitado de ambos llegado de los Puertos.

Galadriel, por su parte, observaba continuamente a través de su Espejo buscando a la Compañía del Anillo. Y aunque aparecían de manera frecuente oscuros presagios, no compartió con nadie sus temores hasta el día que el espejo mostró lo suficiente para que fuera evidente lo que realmente les había sucedido.

- Sólo tu puedes ayudarles -le dijo al mago-. Debes partir y buscar a los que aun puedas alcanzar.

- Lo haré, pero por lo que se te ha mostrado, incierto es entonces el futuro -afirmó éste-, pues la suerte de algunos está más allá de nuestro alcance y en especial la del Portador del Anillo que debe hacer frente a su propio destino.

- Mas mi querido Olorin -que así era como siempre le llamaba el elfo llegado de Los Puertos-, contigo puede viajar su mejor baza, pues es necesario que la Sombra tenga muchos lugares a los que prestar su atención, y tu misión debe ser justamente esta. En ti recae el cometido de reavivar la llama de la resistencia.

- En efecto esa es la única oportunidad, pues nuestro poder no se puede comparar al de la oscuridad -afirmó Celeborn-. Sólo podemos confiar en la determinación de los más débiles y ayudarles según nuestras posibilidades.

- Grande es esa responsabilidad, pero no puedo negar que ansío partir -dijo Mithrandir con energía-. Mis compañeros me necesitan y son muchos los Pueblos que ya desesperan. Saldré de inmediato pues temo que me he demorado en demasía.

- Parte pues hacia Fangorn y aun más allá en pos de Elessar, Legolas Hojaverde y Gimli el enano -dijo Galadriel-. Mas antes de marcharte te pido que les trasmitas esto de mi parte:

»Al heredero de Isildur dile ¿Dónde están ahora los Dúnedain, Elessar, Elessar? ¿Por qué tus gentes andan errantes allá lejos? Cercana está la hora en que volverán los Perdidos y del Norte descienda la Compañía Gris. Pero sombría es la senda que te fue reservada: los muertos vigilan el camino que lleva al Mar.

»A Legolas le envío este mensaje- dijo-. Legolas Hojaverde mucho tiempo bajo el árbol en alegría has vivido. ¡Ten cuidado del Mar! Si escuchas en la orilla la voz de la gaviota, nunca más descansará tu corazón en el bosque.

»Y a Gimli hijo de Glóin llévale el beneplácito de su Dama: Portador del rizo, a donde quiera que vayas mi pensamiento va contigo. ¡Pero cuida de que tu hacha se aplique al árbol adecuado!.

Fue así como, una vez conocidos los mensajes de Galadriel, el mago Blanco partió rápidamente de Lothlórien hacia el incierto destino que aguardaba a la Tierra Media. Las palabras de la Dama resultaron claves en lo que aconteció durante la lucha contra la Sombra, como se cuenta en otro lado.

Cuando Mithrandir hubo partido una amarga sensación quedó en Lothlórien. Su marcha marcaba el inicio de la batalla definitiva y todos los elfos que allí habitaban, comenzando por la Dama misma, eran concientes de lo que esto significaba.

Esta sensación se vio incrementada cuando, al poco de la partida del mago, el mensajero llegado de los Puertos le manifestó a Galadriel su intención de partir.

- Hoy mismo saldré hacia Mithlond -le dijo.

- Y cuando llegues allí ¿partirás? -preguntó la señora de Lothlórien.

- No mi Dama -respondió él. Es mi intención permanecer con Círdan hasta que todo termine. Y cuando esto suceda habrá un navío dispuesto para marchar. En él espero que partáis vos también y junto a vos viajarán otros que así lo deseen y hayan ganado este privilegio.

Galadriel se mostró pensativa durante un instante.

- Sea pues así -dijo ella-. Viajaré en ese barco-.Y con esa respuesta había sellado su futuro.

Tal como le había dicho a la Dama partió aquel mismo día y lo hizo con la misma montura con la que había llegado a Lothlórien. En su retorno siguió las mismas rutas que había seguido no demasiado tiempo atrás en sentido inverso. Sin embargo, y pese a la seguridad íntima de que contaba con una protección, se sintió inquieto en muchos momentos y el viaje fue tenso y desagradable porque había aumentado el peligro y el clima general de guerra se hacía presente en todos los rincones.

Finalmente logró llegar a Mithlond y allí descansó y meditó. También tuvo largas conversaciones con Círdan y compartió con él impresiones y deseos. Fue de esta forma como el Carpintero de los Barcos supo que la nave que había traído al mensajero no regresaría a por él y que era misión de éste acompañar en su viaje a algunos de los que todavía se demoraban en la Tierra Media.

Así mientras esto sucedía y, pese a lo alejados que se hallaban de los lugares donde se libraban las principales batallas contra la Sombra, les llegaban los ecos de lo que estaba ocurriendo en la Tierra Media en forma de noticias cada vez menos tranquilizadoras. Y así los días iban pasando hasta que de pronto una mañana todos los habitantes de la Tierra Media sintieron un alborozo repentino que supuso el final de sus pesares, pues supieron que la Sombra había sido derrotada.

Fue en ese momento cuando Círdan comenzó a construir un gran navío blanco que había de surcar el mar hacia Occidente. Era una ocasión especial, probablemente única, pues la Tercera Edad llegaba a su fin y eran muchos e ilustres los que iban a abandonar la Tierra Media.

La construcción de la nave se llevó a cabo con el máximo esmero y durante meses los elfos de los Puertos se aplicaron a ello con toda su pericia. Cada día el cuerpo del barco parecía tomar forma y su silueta se estilizaba desafiando las olas que rompían junto a los diques entre los que se construía.

Un día cuando la nave estaba casi terminada, Círdan se encontraba junto al mensajero llegado varios meses atrás del otro lado de mar. El señor de Mithlond se dirigió a él.

- Tengo algo que decirte -le dijo Círdan-. Deseo que tu seas el capitán de esta nave.

- Pero ese honor te corresponde a ti -respondió el interpelado.

- Yo no iré con vosotros  -confesó el Carpintero de los Barcos-, todavía quedan gentes en la Tierra Media que me necesitarán, pues, aunque no serán muchos, aun partirán algunos barcos en el futuro.

- Me apena que nos volvamos a separar -confesó el mensajero-, pero si es tu voluntad dirigiré la nave hacia Occidente y allí esperaré tu llegada.

- Que así sea -dijo Círdan.

No transcurrió mucho tiempo hasta que el navío estuvo preparado. Era un velero de bellas formas que se complementaban con la solidez de su casco, un prodigio que sólo los Eldar y de entre ellos los Teleri, podían haber creado.

Y sucedió que, poco a poco, comenzaron a llegar los elegidos para este último viaje y a Mithlond arribaron muchos de los grandes personajes de la Tierra Media. Buena parte de ellos se demoraron algunos meses y llegaron juntos en comitiva, la Última Cabalgata la llamaron y guiados a través de Mithlond por Círdan, que salió a recibirles, se unieron a los que se les habían adelantado junto al navío que ya estaba preparado para partir.

Fue entonces cuando los viajeros comenzaron a subir a la nave blanca mientras el capitán, engalanado y revelándose como un imponente marinero, les iba saludando a todos. Entre ellos, dispuesto a cumplir el destino de los Primeros Nacidos, estaba Elrond, hijo de Eärendil, con muchos de los elfos de Imladris. También se encontraban allí los medianos que habían sido Portadores del Anillo y junto a ellos Mithrandir, el principal artífice de la victoria de los Pueblos Libres.

Mas también les acompañaba la Dama Galadriel, hermosa y poderosa entre los Eldar, que finalmente podría realizar este viaje.